jueves, 25 de diciembre de 2014


Admito que lejos estoy de ser una experta en música. Como aficionada prefiero la zarzuela a la ópera, el ballet clásico al moderno y disfruto por igual una orquesta sinfónica que la murga en carnaval. Casi siempre disfruto tanto los sonidos como la visualización del entorno, poniendo especial énfasis en los detalles. 


 El año pasado para mi cumpleaños, Sir Williams me invitó al Teatro Colón de Buenos Aires a ver el ballet “Carmen”. Cuando llegamos la orquesta estaba afinando sus instrumentos. Siempre había oído hablar de la magnífica acústica de este teatro, pero jamás pensé que tendría la sensación de que el percusionista vendría hasta mi asiento, ubicado en el tercer nivel, a tocar el triángulo en mi oído. Fue increíble, tanto que me puse a pensar en la importancia de los pequeños detalles: palabras, sonidos, actitudes, señas... 

 Cuando pienso en una orquesta imagino el sonido elegante de los violines, la brisa refrescante de las arpas, la pomposidad de los bronces y la ostentosa presencia del bombo, pero nunca había sentido la necesidad de buscar la ubicación del triángulo, los gongs o esos pequeños instrumentos que parecen no existir hasta el momento en que son ejecutados. Parecieran estar dormidos, indiferentes a lo que sucede a su alrededor, sin embargo están atentos, expectantes, pendientes del requerimiento para su intervención. 

 También en esto he buscado su paralelismo con el BDSM y lo encontré en las reuniones a las que asistí con mi Amo. Allí la figura relevante es (o debería ser) el Dominante. Los veía llegar, cada uno con su entrada particular, seguido del sumiso y ponerse a conversar, exponer teorías, dar opiniones y hasta disertar sobre ciertos temas como los instrumentos solistas en algunas obras. En tanto, el sumiso estaba detrás, silencioso, humilde, en un aparente letargo, aunque la realidad era que tenía fija su atención en las necesidades de su Amo, esperando un gesto imperceptible, una palabra, una orden que solo su sumiso podría entender. De la misma forma que un acróbata ejecuta sus movimientos con perfecta sincronización, el buen sumiso estudia los gestos de su Dom para responder en el preciso instante en que es requerido. Esa es su obligación y su placer: responder como su Amo espera para brillar, ante Él, con humildad que el triángulo lo hace en la orquesta. 


Alguno podrá decir que una orquesta puede funcionar sin triángulo y es verdad, pero no sin instrumentos de percusión. Y no quiero caer en la tentación de decir que ambos (instrumentos de percusión y sumisos) deben ser golpeados con la fuerza y precisión necesarias para que funcionen bien. Un músico necesita su instrumento para ejecutar una obra y un Dom necesita un sumiso para ejercer su rol. Y viceversa. Siempre uno es necesario para el otro. 

 Estoy convencida que nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios. En el concierto de la vida y de la relación BDSM, hay una cuerda que vibra de forma particular cuando ese “alguien” la toca, hay un triángulo que regala su sonido cristalino en el momento exacto que es requerido, hay una nota que para el resto puede ser ínfima pero para el autor es tan importante como para que de ella dependa la armonía y el equilibrio de la obra. 

 Y así, desde la necesaria presencia de nuestra contra parte para poder ejercer el rol que elegimos, me despido hasta el próximo post con el último verso del poema “Hay gente”, de Hamlet Lima Quintana:  

“… 
Y uno se va de novio con la vida, 
Desterrando una muerte solitaria 
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.” 


 anitaK[SW] 

 Aunque no seas imprescindible, te sigo necesitando…

1 ENSEÑANZAS:

amy dijo...

Todo es armonía y todo se relaciona entre sí, nos sorprenderíamos de las cosas que pueden tener similitudes con otras.
Es un excelente análisis
Un abrazo

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