Y de eso no cabe duda.
Hay sucesos que han colaborado para que esto suceda, y les
aseguro que nosotros, los bedesemeros, no tuvimos nada que ver. Esta explosión
de bedesememanía se la debemos, quizás, a algún publicista u oportunista que
vio la veta de oro en este mundillo de locos y pervertidos.
Quizás todo comenzó con los leathers de los años 70, pero el
mundo aún era demasiado pacato como para, al menos, aceptar su existencia. Y lo
siguió siendo el resto de la década, suficiente como para desdeñar la película
de “La historia de O”, pero con mente abierta como para aceptar el erotismo de
“Emanuelle”, en los albores de los 80’s.
Y llegó 1990 con la explosión de “Las edades de Lulú”, y el
crudo horror del sadomasoquismo, sin
olvidar a la rebelde Madonna con sus sostenes excéntricos y su vestuario
siempre provocador. Todo eso fue el preámbulo para recibir al nuevo milenio…
Hoy, gracias a la fabulosa publicidad que ha recibido “50
sombras de Grey”, estamos invadidos por
vainillas que creen gustar del sadomasoquismo y de la D/s. Les gusta, sí, pero…
solo un poquito. La cantidad suficiente para que el ama de casa pueda liberar
su mente e imaginar que su novio, marido o amante, la someten atada a la cama o
contra una pared, para luego torturarla
con dos palmaditas y un látigo de
cuerina –que pega menos que una brisa de otoño-.
¿Y qué pide a cambio ese amo,
ese señor maravilloso que por supuesto es alto, joven, buen mozo y por
supuesto, millonario? Solo dominarla,
mientras él tiene el placer de enamorarse de ella, llevarla a viajar en
helicóptero y poner su fortuna a sus pies.
Por su lado, el hombre común, ese que sale a trabajar todos
los días, sueña con una mujer sumisa que esté dispuesta a satisfacerlo
sexualmente a cambio de nada, solo por su condición de macho irresistible…
Y la gente está convencida que el BDSM se reduce a eso: que la
mujer sea atada, golpeada y humillada (solo un poquito cuando ellos lo hacen,
porque no son enfermos), y/o tener
una esclava que complazca todas las fantasías sexuales.
Nadie se atrevería a cuestionar que la dominada es siempre
la mujer, porque… ¿qué podrían pensar del hombre que haga una pregunta así?
Todo el mundo le caería encima y le tomarían el pelo o peor aún, perdería el
respeto de quienes lo rodean. Quizás porque aceptar que un hombre podría ser el
dominado, es aceptar la igualdad con la mujer, y eso es imposible. Todavía.
Por lo tanto, es más fácil denigrar a quien se atreve a
hacerlo, que aceptar cuánto le gustaría ejercer el rol de Dominante o de
dominado.
Mientras que en su cerebro imaginan el BDSM que les
gustaría, pintado como en “50 sombras…”, de color rosa, donde solo hay una
pizquita de dolor, donde los látigos acarician en vez de marcar, y donde el
Dominante y la sumisa son tan irreales como los propios personajes de este
libro, nos siguen considerando enfermos, pervertidos y otras lindezas.
Entonces… ¿qué tiene el BDSM que atrae a mucha gente “común”?
Creo que, para algunos, es la posibilidad de vivir algo que aunque les gusta,
no se animan a aceptar; y para otros es, simplemente, “sexo con aditamentos”.
El sexo con aditamentos se da, quizás con más frecuencia de
la que imaginamos, tanto dentro como fuera del BDSM, pero ese ya es tema para
mi próximo post...