miércoles, 1 de febrero de 2017

Fue un 17 de diciembre. Este 2017 se cumplirán 10 años. Seríamos un pequeño grupo de gente que disfrutaba el Spanking, pero mi mayor intención era conocerlo. Quedamos de encontrarnos en la peatonal Florida y la avenida 25 de Mayo, enfrente a la confitería London City, la preferida de Julio Cortázar. Una spankee que había conocido por Internet me lo presentaría.

Me preparé lo mejor que pude: pantalones negros, remera negra con apliques en turquesa, sandalias negras con tacos de infarto y algún toque en turquesa para romper tanta oscuridad en la ropa. Pelo recién lavado, perfume, poco maquillaje –no quería que se me corriera con el calor- y el corazón latiendo con más velocidad a cada paso.

Me estaba quedando en un hotel cerca de la plaza San Martín y no recuerdo qué pensaba durante el trayecto que me separaba de aquella esquina. ¿Cómo sería? Porque las fotos no decían mucho. Imagino que debo haber repasado en mi cabeza nuestras “peleas”, los intercambios donde casi siempre me ganaba con argumentaciones inobjetables. Yo estaba equivocada en muchos conceptos, y Él, sabiéndolo, seguía respetando mi pensamiento erróneo.

Cuando me faltarían veinte o treinta metros, lo ví. Tenía que ser Él. Su altura hacía que su cabeza sobrepasara a la mayoría de la gente. Y sonreí. Sé que sonreí. Y me fui acercando sin dejar de mirarlo. La spankee me dio un beso en la mejilla y dijo algo que no me importó porque Sus ojos verdes me estaban mirando. Y ella desapareció junto con la gente de la calle Florida, los comercios y hasta la confitería London City se había esfumado…

Y me enamoré. Me enamoré de una forma loca y perdida, que debe de ser la única forma en la que uno se debería enamorar. Me enamoré de su mueca con pretensiones de sonrisa, de su mirada de Dominante, de su aspecto de Lord inglés, de su voz, de su aplomo, de su caballerosidad, de su humildad y de impresionante conocimiento.

Cruzamos la avenida 25 de Mayo y nos sentamos en una pizzería que tenía mesas en la vereda. Yo sabía que sus ojos me habían encadenado, y sorprendentemente, no quería que me soltara, sino más bien que me dijera algo que nos permitiera irnos de allí los dos solos, sin ninguna de aquellas personas que aunque eran estupendas estaban de más, molestaban, perturbaban aquella soledad de dos…

Así que años después, cuando mi Amito bello me confesó que Él también quería irse de allí solo conmigo, comprobé una vez más que no me había equivocado cuando, un mes después, me dijo que si le haría el honor de ser Su sumisa. ¡A mí, una simple spankee!

Y llegó aquel 2 de febrero de 2008… Nuestra primera vez como Amo y sumisa. Mi noche de debut donde me colocó el Collar de Consideración, mi Primer Collar. Aquella noche en que me dio mi primera lección: puso un papel y una lapicera en el piso y me dijo que redactara un contrato solo para aquella noche. Yo levanté los elementos y me apoyé en un mueble para escribir, pero Él tomó mi mano con firmeza y me dijo: “¿Qué hacés? Escribí donde dejé las cosas. No te di permiso para que las levantaras”.

Aquel 2 de febrero me hizo recorrer las dicotomías más nombradas del BDSM: miedo y valor, inseguridad y confianza, dolor y gozo, amor y odio, arrepentimiento por haber ido y alegría por haber aceptado ir…

Hoy quiero recordar esa noche. En las playas de Montevideo los creyentes presentaban sus ofrendas a la diosa Iemanyá, mientras que yo me ofrecía al que era mi Señor, postrada a sus pies y comprendiendo de forma muy rudimentaria, el significado de ser sumisa.


¡Gracias, mi Señor, por haberme permitido conocerlo como Amo, pero más aún por disfrutar su inteligencia, sabiduría y su amor! ¡Gracias por haberme convertido en su sumisa y por el honor de pertenecerle! 

Y sepa que sigo masticando su ausencia y tragándome su recuerdo.


Mis respetos y recuerdos para Usted, donde quiera que esté… 

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